matemáticamente Jueves, 20 marzo 2014

Confesiones de un periodista deportivo

“Mi nombre es Frank Bascombe y soy periodista deportivo”. La primera línea de la extraordinaria novela de Richard Ford The Sportswriter, es casi una confesión de parte y hasta una disculpa de un hombre escéptico y cínico. A lo largo de 375 páginas, sin embargo, la historia que sigue, más que deportiva es una de alienación y tormentoso auto análisis. Bascombe, ex promesa literaria y fugitivo empedernido, confirma la sensación de que las páginas deportivas son el refugio de los frustrados y de los soñadores que se rehúsan a madurar.

Todos los periodistas deportivos cargamos esa cruz existencial: Sabemos que cuando hablamos de la conveniencia de poner un enganche o un media punta, y defendemos nuestra posición, combativos y con voz impostada (como si de nuestra palabra dependiera el futuro de la raza humana), no estamos sino cumpliendo dócilmente el rol que se nos ha asignado: el de filósofos de la miscelánea, el de bufones prescindibles de la medianoche.

barton

Robert Lipsyte, «El periodista deportivo accidental» cubriendo la pelea entre Emile Griffith y Nino Benvenuti

Dublineses

En la cultura popular, es recurrente el estereotipo del periodista como ave de rapiña y sujeto de dudosa moral capaz de vender su alma al diablo. Personajes tan distantes como Gandhi y Hugo Chávez han encontrado eco en la opinión pública cuando de darnos con palo se trata. Dentro del universo del periodismo, sin embargo, los deportivos estamos en el fondo de la cadena alimenticia.

Recordando al personaje Jimmy Rabbitte en el film The Commitments cuando decía “Los irlandeses son los negros de Europa, y los dublineses son los negros de Irlanda”, a los periodistas deportivos nos discriminan hasta nuestros propios colegas de profesión.

Tiene la palabra el periodista y escritor Hunter S. Thompson:

Los cronistas deportivos son una especie de subcultura grosera y descerebrada de fascistas borrachos cuya única verdadera función es la de publicitar y vender cualquier cosa que su editor los envía a cubrir (…)

Las dos claves para tener éxito como un periodista deportivo son: 1)una voluntad ciega para creer todo lo que te dicen los entrenadores y los «portavoces oficiales» de los dirigentes que proveen bebida gratis … y: 2) Un diccionario de antónimos y sinónimos, con el fin de evitar el uso de los mismos verbos y adjetivos dos veces en el mismo párrafo.

Todos somos periodistas deportivos

No solo los periodistas “serios” y los escritores tienen un concepto devaluado de los deportivos. Preguntemos a cualquier peatón qué piensa de nosotros y muy probablemente suscribirán en su totalidad la cita de Thompson. Una de las razones puede ser que hay una sensación de que nuestra chamba la puede hacer cualquiera. Todos, desde un cobrador de combi hasta el gerente de una minera, tienen una opinión formada sobre si Bengoechea debe ser técnico de la selección o de si Messi es mejor que Maradona. No entienden cómo podemos existir tipos que nos ganamos la vida glorificando anécdotas.

En la última versión del programa futbolístico más visto de la televisión peruana hay un panel de siete comentaristas, donde solo uno es periodista deportivo. Todos los demás son ex futbolistas.

Pasemos a analizar el resultado:

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La subespecie de condenados a vivir bajo el radar

Más aún, dentro de la subcultura de “borrachos fascistas” a la que se refería Hunter S. Thompson, sobrevive una subespecie en franco proceso de extinción. Somos los periodistas deportivos que no cubrimos fútbol. Relegados a las mazmorras de la sección polideportiva, nuestro trabajo es estacional y esporádico, viviendo, como en el vals criollo “Alma de mi alma”, la eterna condena de esperar. Esperar que brote de nuestra hambrienta actividad no pelotera un hecho singular o histórico.

Esta subespecie no encuentra espacio ni demanda en los periódicos deportivos, esos bastiones del Photoshop y el chisme que asemejan más a tiras cómicas que a diarios de información. Ni mucho menos en el lugar que dedican los programas televisivos a las “previas”, esos segmentos que un televidente extranjero (o desprevenido) sería incapaz de distinguir de su parodia:

 

No todo está perdido

En la década de los ochenta, mi errática conducta académica me llevó a un colegio de secundaria de escaso prestigio cuyas clases se impartían en las tardes. Recuerdo con especial nostalgia que todos los viernes en la mañana me iba en microbús hasta un kiosko de Miraflores donde me guardaban una edición semanal de “El Gráfico”, la publicación que fue responsable de haber convencido a más de un periodista deportivo de su auténtica vocación. También, una vez al mes venía “The Ring en Español” con sus historias fantásticas de boxeadores y combates legendarios.

Pero el mejor recuerdo se remite a lo que pasaba todos los días a las 8 a.m. cuando sintonizaba Radio El Sol en mi receptor-despertador y escuchaba “Las Mañanas de El Veco”. El querido Emilio Lafferranderie nos convenció a mí y a una generación entera de que no había cosa más extraordinaria en el mundo que ser cronista deportivo:

Mucho me debe quedar todavía de esas mañanas de café, pan con mantequilla y El Veco. Porque, a pesar de las miradas condescendientes que recibo cuando alguien se entera de a que me dedico, todavía no encuentro en la vida momento más dichoso que cuando me pongo detrás de un micrófono a contarle a la gente historias mientras dos tipos intercambian golpes sobre un ring o cuando me zambullo en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional a rebuscar páginas deportivas de antaño.

Sigo creyendo (cada vez con menos fundamentos) que por cada titular fuera de contexto, por cada polémica barata, por cada foto manipulada, debe haber un joven con la vocación intacta y con la convicción de que este es el quehacer más fantástico que puede haber.

 

Post Script: Mientras terminaba de escribir esta nota, ese grande entre los grandes que es Hernán Casciari publicó hoy en Orsai una deliciosa crónica sobre la ley del offside. Repito, no todo está perdido.