Cápsulas de Boxeo , matemáticamente Sábado, 26 abril 2014

Naufragio en Tsu, Japón. El combate que nunca vio el Perú

En 1983, Lima despertaba de cara a la brutal realidad del terrorismo. El presidente Belaúnde había enviado a los sinchis a Ayacucho en Diciembre de 1982 y las primeras planas de los diarios mostraban las últimas fotografías de los periodistas masacrados en el remoto Uchuraccay. Con el verano había llegado el Fenómeno del Niño y algunos juraban haber escuchado truenos detrás de los cerros de La Molina y Surco, una noche de inusual lluvia en la capital.

Pero para muchos jóvenes estos acontecimientos servían apenas como escenografía de lo que realmente les concernía: La canción Maniac de Michael Sembello, del soundtrack de la película “Flashdance” se había consagrado como la “Más Más” de Radio Panamericana, dejando atrás a himnos pop de los ochenta como Modern Love de David Bowie, Beat it de Michael Jackson o Hungry like a Wolf de Duran Duran, entre otros. En la hasta entonces desconocida frecuencia televisiva de UHF, el Canal 27 empezaba a transmitir su furtiva programación de películas “B” americanas con subtítulos, (Morales Bermúdez nos había sometido a la tiranía de los films y series dobladas y en blanco y negro) entre las que destacaba “H.O.T.S.” (“Pantaloncitos calientes”) con la actriz Susan Kiger y un elenco de rubias de generosa anatomía que hacían el deleite de más de una curiosidad púber. En el plano local, la “U” había quebrado la racha de cuatro años sin triunfos frente al Alianza ganándole por 2 a 1 una noche de febrero en el Estadio Nacional, cortesía de un penal de Germán Leguía y un zapatazo de Percy “El Trucha” Rojas.

Todo aquel que creció en esa década podrá recordar con poca dificultad esos hechos. Lo que tal vez muchos hayan olvidado es que también en 1983 -casi 30 años antes que Kina y “Chiquito” Rossel- tres peruanos tuvieron la oportunidad de pelear por un título mundial de boxeo. Luis Ibáñez en Japón, Orlando Romero “Romerito” en el histórico Madison Square Garden de Nueva York y Oscar Rivadeneyra en Vancouver, Canadá, subieron al cuadrilátero a cantar el “Somos Libres” y a buscarse un lugar entre los nombres laureados que adornan el Estadio Nacional de Lima.

De esos tres púgiles, al que menos se le recuerda es a Lucho Ibañez. Y es que muy pocos habían oído hablar de él hasta antes de la semana previa a su pelea por el título mundial supermosca de la Asociación Mundial de Boxeo. Nacido en Lima, había emigrado al exterior a temprana edad y establecido un nombre como peleador profesional viviendo en Costa Rica. Había hecho su debut a los 17 años en una pequeña plaza de toros en las afueras de San José y a lo largo de una década acumuló un récord de 33 victorias y una derrota en el cual figuraban una ilustre nómina de auténticos desconocidos, tal vez boxeadores a tiempo parcial de Alajuela y alrededores, y gracias al cual había podido escalar en el ránking mundial hasta colocarse como retador número uno de la corona supermosca.

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Lucho Ibañez. Foto: youtube

En el Perú apenas se le conocía, pero Ibañez todavía conservaba la nacionalidad peruana (a diferencia del tenista nacional Alex Olmedo, quien tuvo la malhadada idea de adoptar la ciudadanía estadounidense antes de ganar Wimbledon) y eso fue motivo suficiente para que la página deportiva de El Comercio le dedicara una amplia cobertura al evento. Otros que no se quedaron atrás fueron la revista Ovación de Alfonso “Pocho” Rospigliosi y su programa televisivo dominical Gigante Deportivo, donde, fiel a su estilo, un anunciado “Especial de Ibañez” resultó ser una larga conversación acerca de Mauro Mina y Muhammad Ali, entre Pocho Rospigliosi, el venerable “Koko” Cárdenas y el periodista uruguayo Emilio Laferranderie, más conocido como “El Veco”.

(El rigor en los contenidos no era precisamente una característica del programa de Pocho, aquí lo vemos por ejemplo entrevistando a Dámaso Pérez Prado:)

Poco o nada se sabía tampoco del rival de Ibañez, el campeón japonés Jiro Watanabe. La única foto que habíamos visto de él había sido publicada en Ovación en la cual el nipón posaba sumergido en una piscina con el agua hasta la cintura y los puños en guardia, en típica pose de boxeador. Se decía que era zurdo, pegador, que nunca había peleado fuera de Japón y que le había propinado un brutal nocaut al ex campeón mundial Gustavo Ballas de Argentina. La mirada agresiva de Watanabe en esa única fotografía disponible, revelaba que tenía preparado un desenlace similar para el encuentro con nuestro compatriota.

Además de eso, se podía distinguir que el campeón mundial lucía una abundante cabellera rizada y bigote ralo, una verdadera novedad para los que habían imaginado a Watanabe como un japonés promedio –entendiéndose por ello a cualquier actor de la serie “Ultraman”-. El pelo crespo, el bigote desprolijo y las facciones de peleador le daban más bien un sospechoso aspecto de reducidor de La Parada,  lo cual hacía que nuestras esperanzas de ver a un peruano coronarse campeón mundial fueran más escuetas todavía.

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Jiro Watanabe. Foto: youtube

El Canal 5, presente en los hechos que hacen historia, tal y como lo proclamara en cada pausa comercial el omnipresente Humberto Martínez Morosini, prometió transmitir la pelea en vivo y en directo desde la ciudad costera de Tsu, en Japón. El único inconveniente era que por la diferencia de horarios, eso significaba que la transmisión debía iniciarse a las 6 de la mañana, hora de Lima. Eso nos suena ahora familiar, después de las jornadas del vóley, las Olimpiadas de Seúl, Pekín y Sídney y el extenuante mundial de Japón y Corea, pero en ese entonces era algo fuera de lo normal.

No estábamos entrenados en semejante despliegue de animosidad, y madrugar para ver como dos sujetos que nunca antes habíamos visto intercambiaban puñetes, parecía algo descabellado. Aún así, levantarse en el horario que después sería reservado para el programa “Amanecer Campesino” no parecía un precio muy alto que pagar a cambio de la posible recompensa: ver a un peruano ganar el título mundial. Así que yo, como sospecho que muchos otros también hicieron, instruí a mi padre a que programara la alarma del reloj a las 5:30 am ese Jueves 24 de febrero de 1983.

El desenlace

Cuando encendí el televisor a las 5:40 am, me di con la ingrata sorpresa de que la pelea ya estaba en el tercer round. Unos segundos después, los rezagos de sueño no me impidieron reparar en que todos los asistentes en ringside tenían un sospechoso aspecto caribeño, y lucían guayaberas que no se condecían con lo que uno podría esperar de un espectáculo deportivo en Japón. Peor aún, el boxeador que Ibañez tenía al frente no guardaba la más mínima semejanza con la única foto que habíamos visto de Watanabe. Caí entonces en la cuenta que debido a los eternos imponderables de la televisión peruana, las imágenes de la pelea no se estaban transmitiendo en vivo, y en su lugar a Panamericana se le había ocurrido la infeliz idea de pasar un video de una pelea pasada de Ibañez, con el audio en vivo de la transmisión radial desde Japón.

Minutos más tarde, se perdió el enlace radial con Tsu. Y cuando ya rayaba el sol sobre los cerros de mi barrio de Surco, los aburridos comentaristas en el set de televisión informaban que Lucho Ibañez había caído noqueado en el octavo round por el zurdo japonés con pinta de malandrín. La novelera esperanza de ver a un peruano campeón mundial de boxeo había naufragado en el puerto de Tsu, Japón.

Años después, y gracias a youtube, la pelea que nunca se vio está disponible en su totalidad (adelantar al minuto 6:00 para ver a Ibañez con cara de venado bajo los faroles cantando el himno, así como para un vistazo de Bruno Espósito transmitiendo para Radio Callao. El nocaut está en el minuto 35:00). Tal vez mejor que haya sido así, pues round tras round queda evidenciado que el indefenso Ibañez solo había viajado hasta Japón para recibir una paliza.